4 de agosto de 2014

Cronistas de paja

Adèle Exarchopoulos (Adèle) y Léa Seydoux (Emma)
Diría mi tío Celio: «¿En qué momento fue que nos volvimos tan pelotudos?». La pregunta retórica del pariente suele referirse a decisiones políticas poco felices del gobierno o de algunos de sus actores, a esas resoluciones del Ejecutivo, por ejemplo, que tanto pecan de ingenuas como de desconocedoras de la realidad, con una total falta de autocrítica a la hora de reconocer nuestra impericia para el contralor de las normas más elementales. Hoy, tras escuchar los comentarios de un comunicador radial a propósito de la película La vida de Adèle, sentí ganas de gritar, parafraseando al tío: «¡¿En qué momento fue que nos volvimos tan pajeros?!». Y cuando digo 'pajero' me refiero a su acepción más fiel a su étimo (paja, masturbación), no a su significado de 'tonto' o 'choto'. (Aclaro que soy un acérrimo defensor del autoerotismo... siempre que no se trate de un acto compulsivo.)
     Pocas veces escuché una catarata tan grande de prejuicios («Es una película complicada para ver en pareja; tampoco es para ir a verla entre hombres, en barra. [...] Sí puede ir un hombre solo, por ejemplo, o una mujer también sola») e ignorancia («El beso negro es lo que suele denominarse cunnilingus [sic]»), una pseudocrítica barata («Podríamos catalogarla de porno soft») que, encima, refuerza el estereotipo del espectador uruguayo lelo, lerdo, incapaz de desarrollar por sí mismo una opinión crítica de lo que ve. Mientras el eximio crítico vomitaba todo ese sinsentido, me lo imaginé ojeando él a través de la puerta de un cine porno, tratando de ver una teta, un pito, sonriendo y festejando babeado el haber podido pescar con los ojos alguna nalga.
     Del tiempo que en el programa se habló de la película, el noventa por ciento giró en torno al par de escenas lésbicas que allí se podían ver. Entre risitas nerviosas y comentarios tontos, solo entendibles entre adolescentes que todavía no saben gobernar su testosterona, el diálogo de nuestro experto con el resto de sus compañeros de radio pasaba por si esas escenas serían demasiado fuertes, si habría habido necesidad de explicitar el sexo tanto así, si a la obra se la podría catalogar de pornografía o no... Apenas si se dijo, casi como al pasar, que la historia estaba muy bien contada, poco y nada para una película ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes y nominada a un Globo de Oro.
     Sé que el sexo vende —no me chupo el dedo—, pero ¿hay necesidad de enfocarse tan solo en los quince minutos de sexo de una película que dura casi tres horas? ¿O será acaso una muestra más de lo pacatos, de lo mojigatos y repletos de tabúes que estamos los uruguayos —en particular respecto al sexo—, a pesar de que nos creamos taaaan superados?